Mi amiga y yo alquilamos un coche automático por Internet para ir a Francia unos días. Cuando fuimos a la estación a recogerlo nos habían reservado un Mercedes como el de la fotografía. No nos lo podíamos creer... pero, ¿cómo nos iban a dar un Mercedes? ¿Y si nos lo rayaban? ¿Y dónde lo íbamos a dejar por la noche? ¿Y cuánto iba a consumir? ¿Y... y...? Pensamos devolverlo por otro más pequeño porque en cierta manera nos imponía un poco... Después de revisarlo, poner la sillita del bebé y ver cómo funcionaba empezamos a calmarnos y a ver las cosas desde otra perspectiva: Mejor un coche fuerte y seguro por si nos pasaba algo; además, era muy espacioso para el carrito del niño y corría bastante. Nos dimos unas vueltas por el garaje de la estación y nos animamos a salir con él.
Hemos recorrido 1200 kilómetros en dos días y según mi amiga, la conductora, es el mejor coche que ha conducido en toda su vida.
Cuando íbamos de camino a Carcassonne pensaba en nuestra actitud al alquilar el coche y en cómo esa situación se parecía a otra historia: Teníamos uno de los mejores coches disponibles en el mercado por el mismo precio que uno normal y no lo aceptábamos, nos venía demasiado grande... No nos atrevíamos a conducirlo ni a exponerlo a las inclemencias de la calle... De igual forma el Señor ofrece gratuitamente una esperanza que no aceptamos: "¿dónde estará el truco?" pensamos. Nadie da duros a cuatro pesetas. Supongo que esta expresión resume cómo funciona el mundo que pisamos pero no el que anhelamos: las reglas allí funcionan de otra manera.
Un carraso, aquí seria algo fenomenal conducir uno así, solo lo puedo verlo en fotos jajaja. Tienes razón el Señor tiene preparado algo mucho mejor y nosotros no lo aceptamos o no lo concebimos.
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